(Por Elena Escolano. Presentación en Febrero 2013)
Shakespeare
Cuando avancé la idea de
seleccionar nombres importantes de la literatura universal, no me refería a leer una obra –sobre todo si
era extensa- del autor escogido y luego comentarla como normalmente hacemos.
Más bien se trataba de recordar esos nombres universales en una breve
referencia a sus vidas y circunstancias y completar su evocación leyendo un
fragmento de su prosa o poesía que nos hubiera
impactado en algún momento. Ahora me doy cuenta de la dificultad que presentan
ciertos nombres para reducirlos a pocas líneas. Como me está ocurriendo a mí al
entrar en la selva feraz que es la vida-obra de Shakespeare, porque asombra la
variedad de problemas que promueve. Ya la época en que vive es toda una
convulsión: El Renacimiento en Europa se origina en Italia en los siglos XIV y
XV, llegando a su apogeo en el XVI. Las artes progresaban, la literatura giraba
su rumbo, se transformaba la religión. Felipe II perdía los Países Bajos,
morían Santa Teresa y Ronsard. Nacían Richelieu, Jansenio y Tirso de Molina en
España. Ejecutaban a María Estuardo, sufría asedio París y enterraban a
Montaigne. (Esto por citar algo de los acontecimientos más o menos colaterales
con “el momento” Shakespeare).
Shakespeare
(el inconmensurable Shakespeare, al que
voy a entrar por una puerta falsa)
A la edad en que los
romanticismos fanatizan, me impresionó una pintura titulada La muerte de Ofelia. Tirando del hilo
llegué a William Shakespeare, autor de Hamlet, la conocidísima tragedia de la
que es personaje importante Ofelia, la muchacha muerta sujeto de esta pintura.
Hay muchas representaciones plásticas de dicho personaje, pero “la mía” fue
esta.
El autor del cuadro es
John Everett Millais, cofundador de la Hermandad de Pintores Prerrafaelistas
inglesa hacia 1848. (Los otros dos cofundadores son Dante Gabriel Rossetti y
William Holman Hunt). Este movimiento buscaba la libertad en el detalle
minucioso, la naturalidad y el realismo en el color, trataba de alejarse del
academicismo oficial de la época -representado sobre todo por Reynolds, que decían perpetraba el manierismo italiano
posterior a Rafael y Miguel Ángel-. Millais, en este cuadro, trasmite toda la
carga alegórica contenida en la tragedia de Shakespeare. Hay una acusada
motivación romántica en él: la frágil Ofelia, desconcertada por el cambiante
comportamiento de su enamorado, enloquece. Cuenta la tragedia cómo mientras
colgaba guirnaldas de flores en las ramas de un sauce crecido al borde de un
arroyo, se rompe una rama, cae al agua y queda flotando en ella hasta perecer
ahogada. Dice el autor que Ofelia muere “pasando de su melodioso canto a su
turbia muerte” (“from her melodious lay to muddy death”) ¿Cae voluntaria o
involuntariamente? Los sepultureros, en
el acto V especulan sobre cómo debe ser enterrada. Aquí es oportuno recordar
las luchas de religión entre católicos y anglicanos durante el siglo XVI. Al
fin triunfa la doctrina anglicana con
Isabel l. Pero Shakespeare procede de
familia católica; la de su madre, Mary Arden, sufrió persecución por ello. Y
aunque los católicos negaban dar tierra sagrada al suicida, él opta por que
entierren a Ofelia en dicha tierra. Deja en boca de los rústicos enterradores
la duda de si fue suicidio o no, pero estos concluyen en que “si la difunta no
fuese una dama distinguida, no le hubieran dado sepultura cristiana”. Así
resuelve el dilema. También de éste
trágico final imaginado, el poeta Arthur Rimbaud (adscrito al Simbolismo
francés con Verlaine y Baudelaire) se hace eco en un bellísimo poema. Sólo digo
dos estrofas para no cansaros pero me resulta difícil escoger:
En las aguas profundas que acunan las
estrellas,
blanca y cándida,
Ofelia flota como un gran lirio,
flota tan lentamente,
recostada en sus velos…
cuando tocan a muerto
en el bosque lejano.
¡Oh tristísima Ofelia,
blanca como la nieve,
muerta cuando eras niña,
llevada por el río!
Y es
que los fríos vientos que caen de Noruega
te
habían susurrado la adusta libertad.
(Poesía de marcado acento
simbolista)
Hay también una conocida anécdota sobre este
cuadro. Millais, seguramente para dar
veracidad al tema mantenía bastante tiempo a la modelo en un baño de
agua caliente mientras la pintaba. Un
día no estuvo caliente el agua, la muchacha contrajo una neumonía y el pintor
tuvo que pagar al médico que la curó, soportando la indignación del padre de la
modelo (El óleo sobre lienzo mide 76x 112, puede admirarse en la Tate Gallery
de Londres y la modelo fue Elisabeth Eleanor Siddal).
Y, si estamos hablando de
una heroína shakesperiana, tendremos que abordar ya la memoria de quien la creó,
entre otros inolvidables personajes. William Shakespeare (1564-1616) nace en Strartford-on-Avon, desde donde,
aún joven, pasó a Londres (hacia 1590), quizá huyendo de alguna locura de
juventud. Dicen que el robo de un ciervo, tipo de “proeza” frecuente, pues
andaba en malas compañías. Allí desempeñó las más variadas tareas. Desde
guardar los caballos de los señores que acudían a los teatros, hasta compartir
beneficios de la compañía teatral en la que también actuaba, la Chamberlain´s
Men. Los lugares de representación eran espacios abiertos donde una parte de espectadores
permanecía de pie; alrededor había galerías cubiertas algo más caras como
localidad. No movían decorados, el moblaje era reducido; sí era rico el
vestuario y en las tragedias colgaban paños negros. Probablemente Shakespeare
trabajó como actor en los teatros de La Rosa y del Globo y en los comienzos de su carrera
literaria hizo algunos arreglos de obras dramáticas de otros autores. Sólo a
poco de iniciada la última década del siglo (XVI) aparece como autor original, consagrándose durante una veintena de años a escribir.
Luego se retiró a su pueblo natal, donde compró una casa, New Place, y vivió en
absoluta inactividad literaria. Tenía
cincuenta y dos años. Se habla de que murió de una borrachera, o bien de una
indigestión…Poco importante es esto al lado de sus obras. Lo que sí ha parecido
por lo menos sorprendente es su retiro
en pleno éxito y aún joven. Según dice Borges que dice Tomás de Quincey, para Shakespeare
“la publicidad no era la letra impresa. Las piezas seguían representándose y
esto le bastaba”. Pese a su genialidad, reconocidísima, siempre dejó entrever
un cierto despego hacia el teatro y su condición real de enredo escénico. Su
escepticismo le hizo decir: “Estamos tejidos de la misma tela que los sueños, y
nuestra corta vida se cierra como un sueño”.
La madurez de la
literatura inglesa empieza con el “segundo renacimiento”, es decir en los últimos
20 años del siglo XVI; época llamada “elisabetiana”. (Isabel I muere en 1603,
cuando a Shakespeare aún le quedan unos 10 años de trabajo por delante). Es el
final de la “merry old England” (La vieja Inglaterra alegre), donde conviven el
medievalismo y el renacentismo, lo italianizante y el espíritu sajón, el
formalismo preceptista y la libertad creadora. La poesía pasa entonces a un
segundo plano en beneficio del teatro. Así, Shakespeare halla su grandeza en
las tablas, sin olvidar que fue un buen lírico, reconocido en sus Sonetos y en
ciertos parlamentos puestos en boca de sus personajes: Shakespeare era maestro
en “retorcer los anillos del lenguaje” (Joyce, su parangón en la moderna
literatura inglesa). En Romeo y Julieta,
la primera tragedia romántica que Shakespeare escribió (Delacroix tiene un
famoso cuadro que representa a los amantes en el balcón, acto III escena V),
Julieta puede decir frases como esta: “¿Te vas a marchar? Todavía no se acerca
el día: era el ruiseñor, y no la alondra, lo que traspasó el temeroso hueco de
tu oído; de noche canta en ese granado; créeme, amor, era el ruiseñor”. Y
Romeo, aludiendo a Julieta dice: “Ella enseña a brillar a las antorchas”.
Lirismo puro.
He leído, puede que en
Borges, no lo sé, que a Shakespeare no hay que interpretarlo buscando su alma,
hay que buscarlo en sus propias palabras. Prescindir de su verbo es quitarle su alma. Crea personajes
fuera de su íntimo “Yo”, no se atiene a ninguna “tesis,” les deja en plena
libertad. Algo parecido ocurre en El Quijote.
Motivo justificadísimo para que Harold Bloom, crítico literario, difícil donde
los haya, confiese que Cervantes y Shakespeare “son los autores occidentales
primordiales, al menos desde Dante, y ningún escritor posterior los ha
igualado”.
En suma, a Shakespeare le
pertenecen treinta y seis obras teatrales, de las que unas son dramas basados
en la historia de Inglaterra, como Ricardo
III y Enrique IV, otras,
tragedias sobre temas romanos, como Coriolano, Julio
César y Antonio y Cleopatra, otras,
que marcan el más alto exponente del genio de Shakespeare, inspiradas en
asuntos medievales, como Romeo y Julieta,
Otelo, Hamlet, Macbeth y El Rey Lear, y otras inspiradas por lo
común en cuentos italianos, como Las
alegres comadres de Windsor, La fierecilla
domada, El mercader de Venecia, El sueño de una noche de verano (la
mejor de sus comedias), La tempestad,
etc.
Como sobre Shakespeare hay
tantas divergencias, otros autores concretan su obra en: 14 comedias, 10
tragedias, 10 dramas históricos, dos largos poemas y 154 sonetos.
Existe el llamado Infolio o First Folio. Se trata de la primera recopilación de obras teatrales
de Shakespeare. Recopilación hecha siete años después de su muerte por dos de
sus amigos. Fuente de todas las ediciones posteriores.
Shakespeare no fue un
innovador. Su forma dramática se adaptó a la que era vigente en aquel momento. Es más, algunos de sus contemporáneos
tuvieron más gloria que él mismo; por ejemplo Marlow, que fue en cierto modo
predecesor. Durante el llamado siglo de la razón, siglo XVlll, quedó algo
eclipsada su importancia. Tuvo que llegar el Romanticismo y con él, el
verdadero reconocimiento y la reivindicación de su obra. (Giuseppe Verdi obtuvo
algunos de sus más grandes éxitos cuando se inspiró en argumentos shakesperianos.
Es sorprendente la interrelación a que las obras de verdadero arte, ya sea
música, plástica o literatura pueda dar lugar).
Insistiendo en los temas
que recorren el teatro de Shakespeare podemos advertir que, no siendo la
originalidad su característica, de tal
manera su talento supo animar los argumentos, que la imitación no resta un
ápice a la gloria del dramaturgo. La genialidad de Shakespeare reside en la
amplísima variedad de su talento creativo, que abarca lo trágico, lo delicado,
lo solemne, lo cómico, lo fantástico y lo sentimental; reside en la profundidad
de su pensamiento, reflejada en las observaciones filosóficas y morales que
dignifican sus obras y, sobre todo, en la creación de caracteres y en la
expresión de los sentimientos y pasiones humanas. Eternamente vivos quedan
Otelo, el trágicamente celoso; Romeo y Julieta, amantes separados por odios
familiares y unidos en la muerte; Macbeth y Lady Macbeth, criminales ambiciosos
sin posible rectificación en su conducta; Hamlet, príncipe de gran corazón pero
incapaz de afrontar lo que el deber le impone, siempre atormentado por las
dudas y bordeando la locura; Cordelia, la joven hija del rey Lear, consagrada
por entero al proscrito monarca; y, en otro orden de tipos, Faltstaff, glotón,
perezoso, regocijante y alegre; Próspero, el mago de La Tempestad (probablemente su última obra, su testamento),
libertador de Ariel, genio del aire, representante en el simbolismo Shakesperiano
de la parte más noble y elevada del espíritu, y tantos otros.
Aludió en muchas ocasiones
a España, quizá vino aquí en algún viaje, a Valladolid, con la embajada de lord
Nottingham en 1605. Alabó al rey Fernando el Católico, trató con mimo la figura
de Catalina de Aragón en su Enrique VIII.
Desde luego, leyó la primera parte de El
Quijote, que acababa de publicarse, y de él tomó al enamorado Cardenio para uno de sus
personajes. (Personaje que en Cervantes desapareció).
A pesar de las grandes
diferencias entre las lenguas anglosajonas y las neolatinas, hay una riqueza de
léxico en Shakespeare parecida a la de Cervantes. Puede que se deba, además de
a las geniales dotes de ambos, a que vivieron una misma época y tuvieron
influencias culturales parecidas.
En lo que no parecen
coincidir, como tanto se ha dicho, es en que murieron el mismo día. Cervantes
murió un 22 de Abril de 1916 (enterrado el 23) y Shakespeare llegó con vida
hasta el 3 de mayo.
Además de las obras para
la representación, escribió dos largos poemas: Venus y Adonis y La violación
de Lucrecia y más de un centenar y medio de sonetos -Swimburne los llama
“documentos oscuros y peligrosos”-. No se sabe exactamente a quién iban
dedicaos. ¿Quizá al enigmático “W. H.”? (Le han comparado a nuestro Quevedo por
su forma y temáticas). A propósito del soneto en Inglaterra haría yo aquí una
precisión en cuanto a que en la poesía inglesa renacentista el poeta Henry Howard,
conde de Surrey, modifica los cauces formales del soneto de origen italiano.
Introduce el llamado endecasílabo blanco, esto es, sin la rima tradicional y,
además, reemplaza los dos cuartetos y los dos tercetos por tres cuartetos de
rima diversa más una pareja final de versos. Modificación que afecta sólo a
Inglaterra y de la que Shakespeare usó con tan impecable factura que han hecho
decir que… “Si las Musas hubiesen de hablar inglés, hablarían en la bellísima y
fluente frase de Shakespeare”.
Elena Escolano
Febrero 2013