viernes, 7 de junio de 2013

SHAKESPEARE

(Por Elena Escolano. Presentación en Febrero 2013)

 Shakespeare
Cuando avancé la idea de seleccionar nombres importantes de la literatura universal,  no me refería a leer una obra –sobre todo si era extensa- del autor escogido y luego comentarla como normalmente hacemos. Más bien se trataba de recordar esos nombres universales en una breve referencia a sus vidas y circunstancias y completar su evocación leyendo un fragmento de su prosa o poesía  que nos hubiera impactado en algún momento. Ahora me doy cuenta de la dificultad que presentan ciertos nombres para reducirlos a pocas líneas. Como me está ocurriendo a mí al entrar en la selva feraz que es la vida-obra de Shakespeare, porque asombra la variedad de problemas que promueve. Ya la época en que vive es toda una convulsión: El Renacimiento en Europa se origina en Italia en los siglos XIV y XV, llegando a su apogeo en el XVI. Las artes progresaban, la literatura giraba su rumbo, se transformaba la religión. Felipe II perdía los Países Bajos, morían Santa Teresa y Ronsard. Nacían Richelieu, Jansenio y Tirso de Molina en España. Ejecutaban a María Estuardo, sufría asedio París y enterraban a Montaigne. (Esto por citar algo de los acontecimientos más o menos colaterales con “el momento” Shakespeare).
Shakespeare  (el inconmensurable Shakespeare, al que voy a entrar por una puerta falsa)
A la edad en que los romanticismos fanatizan, me impresionó una pintura titulada La muerte de Ofelia. Tirando del hilo llegué a William Shakespeare, autor de Hamlet, la conocidísima tragedia de la que es personaje importante Ofelia, la muchacha muerta sujeto de esta pintura. Hay muchas representaciones plásticas de dicho personaje, pero “la mía” fue esta.

El autor del cuadro es John Everett Millais, cofundador de la Hermandad de Pintores Prerrafaelistas inglesa hacia 1848. (Los otros dos cofundadores son Dante Gabriel Rossetti y William Holman Hunt). Este movimiento buscaba la libertad en el detalle minucioso, la naturalidad y el realismo en el color, trataba de alejarse del academicismo oficial de la época -representado sobre todo por Reynolds,  que decían perpetraba el manierismo italiano posterior a Rafael y Miguel  Ángel-.  Millais, en este cuadro, trasmite toda la carga alegórica contenida en la tragedia de Shakespeare. Hay una acusada motivación romántica en él: la frágil Ofelia, desconcertada por el cambiante comportamiento de su enamorado, enloquece. Cuenta la tragedia cómo mientras colgaba guirnaldas de flores en las ramas de un sauce crecido al borde de un arroyo, se rompe una rama, cae al agua y queda flotando en ella hasta perecer ahogada. Dice el autor que Ofelia muere “pasando de su melodioso canto a su turbia muerte” (“from her melodious lay to muddy death”) ¿Cae voluntaria o involuntariamente?  Los sepultureros, en el acto V especulan sobre cómo debe ser enterrada. Aquí es oportuno recordar las luchas de religión entre católicos y anglicanos durante el siglo XVI. Al fin triunfa la doctrina  anglicana con Isabel l. Pero  Shakespeare procede de familia católica; la de su madre, Mary Arden, sufrió persecución por ello. Y aunque los católicos negaban dar tierra sagrada al suicida, él opta por que entierren a Ofelia en dicha tierra. Deja en boca de los rústicos enterradores la duda de si fue suicidio o no, pero estos concluyen en que “si la difunta no fuese una dama distinguida, no le hubieran dado sepultura cristiana”. Así resuelve el dilema.  También de éste trágico final imaginado, el poeta Arthur Rimbaud (adscrito al Simbolismo francés con Verlaine y Baudelaire) se hace eco en un bellísimo poema. Sólo digo dos estrofas para no cansaros pero me resulta difícil escoger:
                        En las aguas profundas que acunan las estrellas,
                        blanca y cándida, Ofelia flota como un gran lirio,
                        flota tan lentamente, recostada en sus velos…
                        cuando tocan a muerto en el bosque lejano.
                                                          
                         ¡Oh tristísima Ofelia, blanca como la nieve,
                         muerta cuando eras niña, llevada por el río!                                                   
                         Y es que los fríos vientos que caen de Noruega
                         te habían susurrado la adusta libertad.
(Poesía de marcado acento simbolista)    
                      
 Hay también una conocida anécdota sobre este cuadro. Millais, seguramente para dar  veracidad al tema mantenía bastante tiempo a la modelo en un baño de agua caliente  mientras la pintaba. Un día no estuvo caliente el agua, la muchacha contrajo una neumonía y el pintor tuvo que pagar al médico que la curó, soportando la indignación del padre de la modelo (El óleo sobre lienzo mide 76x 112, puede admirarse en la Tate Gallery de Londres y la modelo fue Elisabeth Eleanor Siddal).  
Y, si estamos hablando de una heroína shakesperiana, tendremos que abordar ya la memoria de quien la creó, entre otros inolvidables personajes.  William Shakespeare (1564-1616) nace en Strartford-on-Avon, desde donde, aún joven, pasó a Londres (hacia 1590), quizá huyendo de alguna locura de juventud. Dicen que el robo de un ciervo, tipo de “proeza” frecuente, pues andaba en malas compañías. Allí desempeñó las más variadas tareas. Desde guardar los caballos de los señores que acudían a los teatros, hasta compartir beneficios de la compañía teatral en la que también actuaba, la Chamberlain´s Men. Los lugares de representación eran espacios abiertos donde una parte de espectadores permanecía de pie; alrededor había galerías cubiertas algo más caras como localidad. No movían decorados, el moblaje era reducido; sí era rico el vestuario y en las tragedias colgaban paños negros. Probablemente Shakespeare trabajó como actor en los teatros de La Rosa y del  Globo y en los comienzos de su carrera literaria hizo algunos arreglos de obras dramáticas de otros autores. Sólo a poco de iniciada la última década del siglo (XVI) aparece como autor original, consagrándose  durante una veintena de años a escribir. Luego se retiró a su pueblo natal, donde compró una casa, New Place, y vivió en absoluta inactividad literaria.  Tenía cincuenta y dos años. Se habla de que murió de una borrachera, o bien de una indigestión…Poco importante es esto al lado de sus obras. Lo que sí ha parecido  por lo menos sorprendente es su retiro en pleno éxito y aún joven. Según dice Borges que dice Tomás de Quincey, para Shakespeare “la publicidad no era la letra impresa. Las piezas seguían representándose y esto le bastaba”. Pese a su genialidad, reconocidísima, siempre dejó entrever un cierto despego hacia el teatro y su condición real de enredo escénico. Su escepticismo le hizo decir: “Estamos tejidos de la misma tela que los sueños, y nuestra corta vida se cierra como un sueño”.
La madurez de la literatura inglesa empieza con el “segundo renacimiento”, es decir en los últimos 20 años del siglo XVI; época llamada “elisabetiana”. (Isabel I muere en 1603, cuando a Shakespeare aún le quedan unos 10 años de trabajo por delante). Es el final de la “merry old England” (La vieja Inglaterra alegre), donde conviven el medievalismo y el renacentismo, lo italianizante y el espíritu sajón, el formalismo preceptista y la libertad creadora. La poesía pasa entonces a un segundo plano en beneficio del teatro. Así, Shakespeare halla su grandeza en las tablas, sin olvidar que fue un buen lírico, reconocido en sus Sonetos y en ciertos parlamentos puestos en boca de sus personajes: Shakespeare era maestro en “retorcer los anillos del lenguaje” (Joyce, su parangón en la moderna literatura inglesa). En Romeo y Julieta, la primera tragedia romántica que Shakespeare escribió (Delacroix tiene un famoso cuadro que representa a los amantes en el balcón, acto III escena V), Julieta puede decir frases como esta: “¿Te vas a marchar? Todavía no se acerca el día: era el ruiseñor, y no la alondra, lo que traspasó el temeroso hueco de tu oído; de noche canta en ese granado; créeme, amor, era el ruiseñor”. Y Romeo, aludiendo a Julieta dice: “Ella enseña a brillar a las antorchas”. Lirismo puro.
He leído, puede que en Borges, no lo sé, que a Shakespeare no hay que interpretarlo buscando su alma, hay que buscarlo en sus propias palabras. Prescindir de su  verbo es quitarle su alma. Crea personajes fuera de su íntimo “Yo”, no se atiene a ninguna “tesis,” les deja en plena libertad. Algo parecido ocurre en El Quijote. Motivo justificadísimo para que Harold Bloom, crítico literario, difícil donde los haya, confiese que Cervantes y Shakespeare “son los autores occidentales primordiales, al menos desde Dante, y ningún escritor posterior los ha igualado”.
En suma, a Shakespeare le pertenecen treinta y seis obras teatrales, de las que unas son dramas basados en la historia de Inglaterra, como Ricardo III y Enrique IV, otras, tragedias sobre temas romanos, como CoriolanoJulio César y Antonio y Cleopatra, otras, que marcan el más alto exponente del genio de Shakespeare, inspiradas en asuntos medievales, como Romeo y Julieta, Otelo, Hamlet, Macbeth y El Rey Lear, y otras inspiradas por lo común en cuentos italianos, como Las alegres comadres de Windsor, La fierecilla domada, El mercader de Venecia, El sueño de una noche de verano (la mejor de sus comedias), La tempestad, etc.
Como sobre Shakespeare hay tantas divergencias, otros autores concretan su obra en: 14 comedias, 10 tragedias, 10 dramas históricos, dos largos poemas y 154 sonetos.
Existe el llamado Infolio o First Folio. Se trata de la primera recopilación de obras teatrales de Shakespeare. Recopilación hecha siete años después de su muerte por dos de sus amigos. Fuente de todas las ediciones posteriores.   
Shakespeare no fue un innovador. Su forma dramática se adaptó a la que era vigente en aquel  momento. Es más, algunos de sus contemporáneos tuvieron más gloria que él mismo; por ejemplo Marlow, que fue en cierto modo predecesor. Durante el llamado siglo de la razón, siglo XVlll, quedó algo eclipsada su importancia. Tuvo que llegar el Romanticismo y con él, el verdadero reconocimiento y la reivindicación de su obra. (Giuseppe Verdi obtuvo algunos de sus más grandes éxitos cuando se inspiró en argumentos shakesperianos. Es sorprendente la interrelación a que las obras de verdadero arte, ya sea música, plástica o literatura pueda dar lugar).
Insistiendo en los temas que recorren el teatro de Shakespeare podemos advertir que, no siendo la originalidad  su característica, de tal manera su talento supo animar los argumentos, que la imitación no resta un ápice a la gloria del dramaturgo. La genialidad de Shakespeare reside en la amplísima variedad de su talento creativo, que abarca lo trágico, lo delicado, lo solemne, lo cómico, lo fantástico y lo sentimental; reside en la profundidad de su pensamiento, reflejada en las observaciones filosóficas y morales que dignifican sus obras y, sobre todo, en la creación de caracteres y en la expresión de los sentimientos y pasiones humanas. Eternamente vivos quedan Otelo, el trágicamente celoso; Romeo y Julieta, amantes separados por odios familiares y unidos en la muerte; Macbeth y Lady Macbeth, criminales ambiciosos sin posible rectificación en su conducta; Hamlet, príncipe de gran corazón pero incapaz de afrontar lo que el deber le impone, siempre atormentado por las dudas y bordeando la locura; Cordelia, la joven hija del rey Lear, consagrada por entero al proscrito monarca; y, en otro orden de tipos, Faltstaff, glotón, perezoso, regocijante y alegre; Próspero, el mago de La Tempestad (probablemente su última obra, su testamento), libertador de Ariel, genio del aire, representante en el simbolismo Shakesperiano de la parte más noble y elevada del espíritu, y tantos otros.
Aludió en muchas ocasiones a España, quizá vino aquí en algún viaje, a Valladolid, con la embajada de lord Nottingham en 1605. Alabó al rey Fernando el Católico, trató con mimo la figura de Catalina de Aragón en su Enrique VIII. Desde luego, leyó la primera parte de El Quijote, que acababa de publicarse, y de él  tomó al enamorado Cardenio para uno de sus personajes. (Personaje que en Cervantes desapareció).
A pesar de las grandes diferencias entre las lenguas anglosajonas y las neolatinas, hay una riqueza de léxico en Shakespeare parecida a la de Cervantes. Puede que se deba, además de a las geniales dotes de ambos, a que vivieron una misma época y tuvieron influencias culturales parecidas.
En lo que no parecen coincidir, como tanto se ha dicho, es en que murieron el mismo día. Cervantes murió un 22 de Abril de 1916 (enterrado el 23) y Shakespeare llegó con vida hasta el 3 de mayo.                                                                                                                                                      
Además de las obras para la representación, escribió dos largos poemas: Venus y Adonis y La violación de Lucrecia y más de un centenar y medio de sonetos -Swimburne los llama “documentos oscuros y peligrosos”-. No se sabe exactamente a quién iban dedicaos. ¿Quizá al enigmático “W. H.”? (Le han comparado a nuestro Quevedo por su forma y temáticas). A propósito del soneto en Inglaterra haría yo aquí una precisión en cuanto a que en la poesía inglesa renacentista el poeta Henry Howard, conde de Surrey, modifica los cauces formales del soneto de origen italiano. Introduce el llamado endecasílabo blanco, esto es, sin la rima tradicional y, además, reemplaza los dos cuartetos y los dos tercetos por tres cuartetos de rima diversa más una pareja final de versos. Modificación que afecta sólo a Inglaterra y de la que Shakespeare usó con tan impecable factura que han hecho decir que… “Si las Musas hubiesen de hablar inglés, hablarían en la bellísima y fluente frase de Shakespeare”.

Elena Escolano
Febrero 2013



         

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