lunes, 17 de diciembre de 2012

CONFERENCIA de NEMESIO MARTÍN el 21-11-2012


LA PERTINENCIA DE EL CURIOSO IMPERTINENTE
                                   Conferencia de Nemesio Martín (21-11-12)

La lectura de los capítulos que os recomendé (XXII-XXXVII de la 1ª parte del Quijote) constituyen una magnífica muestra del despliegue narrativo de Cervantes, y, por ello, umbral fácilmente accesible para introducirnos en una gozosa lectura de la magna novela.
            Permitidme un par de advertencias previas con las que salir al paso de algunas de las “extrañezas” que sobrevienen al lector no avisado nada más trasponer sus páginas. Con más frecuencia de la deseada, muchos de los intentos por adentrarse y disfrutar con plenitud del gran clásico se saldan con sentidos fracasos. Tal el producido por erróneo celo pedagógico: la imposición de su lectura a una edad inapropiada, amén de la carencia o ineptidud de los recursos didácticos puestos en juego, ha inhabilitado ¡tantas veces! la posibilidad de una lectura cabal.
            . La primera de dichas advertencias se debe a razones de índole histórica. La novela (no olvidemos que el Quijote inaugura el género) lo mismo que el cine surgen en sendos momentos de intensísimo hervor creativo. Es muy difícil ir más allá del irracionalismo narrativo del mejor cine mudo, de las técnicas expresivas de un Buster Keaton o un Charles Chaplin, por no hablar del surrealismo de Buñuel, inconcebible todo esto en cualquier película comercial de nuestros días. Y en el caso de la novela, su irrupción en pleno Barroco aportará a la novela técnicas de una sorprendente modernidad. Tendremos que superar el s. XIX (considerado el siglo por excelencia de la novela) para ver utilizadas algunas técnicas que innovó Cervantes.
            Por poner un ejemplo, habremos de esperar a la aparición de Cien años de soledad para ver que el cuerpo de la trama está constituido por un centón de historias (no otra cosa que una técnica para alargar y enriquecer el “perspectivismo”) o que el texto esté entreverado de diversos discursos: polifonía de voces en busca de la “verosimilitud” que a toda costa persigue el autor.
. Otra de las “extrañezas” que pueden incomodar a ese lector no avisado es el talante del autor en su relación con los lectores. Siendo, como es, el Quijote una parodia, no nos hace prorrumpir en carcajadas a modo de rúbrica de la caricatura: detrás de cada esquina de sus muchas escenas humorísticas, queda siempre la sombra de un regusto amargo; no sabenmos si reír por tanto dislate del loco don Quijote o compadecernos de Alonso Quijano, el bueno. Y siendo, como es, un libro de aventuras, no levanta banderas de entusiasmo por una causa decisiva: un credo religioso, un fervor patriótico, una personalidad o un destino inquebrantables, únicos.
Sucede lo mismo con algunas otras obras de arte: las pinturas de Velázquez, por ejemplo. Y es que tanto Cervantes como Velázquez se dirigen a lectores/espectadores “desocupados”. Ninguna creencia imponen, con ningún sentimiento ni certeza nos avasallan. ¿A quién pinta Velázquez en “Las meninas”? ¿A la infanta Margarita? ¿A los reyes? ¿A ti, que estás mirando el cuadro desde el punto exacto donde estarían situados los reyes?
¿Qué es el casco de don Quijote? ¿Bacía de barbero? ¿Yelmo? ¿Baciyelmo?
No, está lejos de la bondad y del talante de nuestro autor imponernos dogmas, credos absolutos. Cervantes no sentencia, no esculpe de una vez y para siempre verdades. Nadie más respetuoso que él con la inteligencia de sus lectores: no les da respuestas; sólo preguntas. Escribe, en efecto, para lectores “desocupados”, esto es, para lectores inquisitivos, curiosos, dispuestos no al sermón, sino a la búsqueda personal y activa.
Y una vez más tendremos que esperar hasta Cortázar para para ver interpretado este principio (Cervantes se dirige a un lector “desocupado”; el cuentista argentino a un lector “macho”) detrás del cual alienta uno de los planteamientos más profundos e innovadores: nace la novela para hablar al hombre no como número de un rebaño al que hay que adoctrinar, sino como instrumento de pensar y arte.

. El lector del Quijote, por fin, puede verse perdido en ese centón de historias del que hablamos, sin poderse asirse a ese hilo lógico-causal al que nos tienen acostumbrados las novelas decimonónicas. Se trata, en efecto, del relato de las hazañas de un caballero “andante”, esto es, que va de camino, a lo que salga, a reparar cualquier injusticia que se le presente. No está, pues, explícito el “proceso”. Una vez más será el lector quien, guiado de las afecciones intelectuales en que le instala la lectura, descubra el sentido. En seguida lo veremos.
Tras este preámbulo, vayamos, pues, al análisis del Curioso ipertinente.
            Pertinencia formal

            El curioso impertinente es una novela corta incluida dentro del Quijote; puede leerse de forma exenta, pero su completo y más profundo sentido sólo se logra desde la lectura de los capítulos que la preceden (XXIII – XXXII) y que la siguen (XXXVI – XXXVII).
            Una diferencia fundamental singulariza esta historia respecto de las otras tres en que va inserta: éstas corresponden a personajes “reales” del Quijote; aquélla, a personajes de “ficción”: es una novela dentro de otra novela.
            La inclusión de éste, como de otros relatos que Cervantes intercala en la primera parte, fue sancionada negativamente por los críticos de la época (Véase cap. III de la segunda parte). La discusión ha llegado hasta nosotros. Unamuno califica dicha inclusión como una “impertinencia”. Analicémoslo.
            Llega don Quijote a la venta con sus delirios caballerescos más exaltados que nunca y un estado físico deplorable tras el ayuno de Sierra Morena. Después de darle algo de comer, lo acuestan en “camaranchón” (un desván) conforme a la pobreza de tan solemne huésped. Mientras sueña que está luchando con el gigante que tenía esclavizada a la princesa Micomicona, tiene lugar una apasionada discusión (cap. XXXII) sobre los libros de caballerías entre el cura y el ventero. Está sobre el tapete nada más ni nada menos que la realidad de don Cirongilio de Tracia y Felixmarte de Hircania, cuyas hazañas son puestas en parangón con las del Gran Capitán y Diego García de Paredes. Las palabras que Cervantes pone en boca del ventero no tienen desperdicio:

            No sé yo cómo puede ser eso; que en verdad que, a lo que yo entiendo, no hay mejor letrado en el mundo, y que tengo yo ahí dos o tres de ellos (libros de caballerías), con otros papeles, que verdaderamente me han dado la vida, no sólo a mí, sino a otros muchos; porque cuando es tiempo de siega, se recogen aquí las fiestas muchos segadores, y siempre hay alguno que sabe leer, el cual coge uno de estos libros en las manos y rodeámonos de él más de treinta, y estámosle escuchando con tanto gusto que nos quita mil canas; a lo menos de mí sé decir que, cuando oigo decir aquellos furibundos y terribles golpes que los caballeros pegan, que me toma ganas de hacer otro tanto, y que querría estar oyéndolos noches y días.

            Detrás de esta discusión entre lo ficticio y lo real (que es la esencia misma del Quijote) asoma la gran primera reflexión sobre la novela moderna. ¿Qué leer (y en su caso, qué escribir) -se pregunta Cervantes- ¿Los secos libros de Historia, carentes por fuerza de imaginación? ¿Los libros de caballerías, de desbocada imaginación, pero faltos de verdad? Los primeros no sirven: no satisfacen las más mínimas apetencias de fantasía; los segundos son un error estético por su carácter evasivo y enajenador, por su alejamiento de la vida.
            Para solucionar este dilema, Cervantes propone la muestra de este nuevo género de escritura: la novela, El curioso inpertinente. Tendrá que satisfacer la sed de fantasía, pero, a la vez, habrá de dar respuesta a la necesidad de verdad, porque tanto las peripecias narradas como los personajes que las llevan a cabo deberán ser reflejo fiel del hombre, de todo hombre: de un hidalgo y de un gañán, de un cura y un ventero.
            Esta unión de verdad y fantasía sólo es posible mediante el uso de un recurso fundamental: la verosimilitud. El lector de novelas está dispuestísimo a dejarse engañar, de que le cuenten historias puramente inventadas. Sólo exige una condición, de que le engañen bien. (Respecto del concepto de “verosimilitud”, ver en el cap. XLVII, 1ª parte, la definición del propio Cervantes).
            ¿Cómo logra aquí Cervantes la verosimilitud? De diferentes maneras, pero, en principio, mediante un juego de espejos, recurso tan del gusto barroco. El lector pasa sin darse cuenta por tres planos de ficción de mayor a meno entidad:
a) las aventuras que acontecen a don Quijote, a Sancho...
b) la historia de los amigos florentinos (novela dentro de la novela)
c) las especulaciones amorosas de don Quijote, tan extravagantes como los sueños que culminan con el acuchillamiento de los cueros de vino.
La irrealidad del plano “c” (los amores de don Quijote sólo existen en su mente enferma) da visos de veromilitud a la historia de Anselmo y Lotario (“b”), cuyo grad de ficción hace más real, a su vez, la exsistencia de un cura y un barbero... (plano “a”).
          El Quijote es una novela; asunto, por tanto, de lectura; pero visto desde El curioso impertinente se convierte en realidad: la del lector respecto de lo leído. El lector de carne y hueso es al cura lo que éste es a Anselmo. La ficción dentro de la ficción: todo un juego de magia y encantamiento, porque a nosotros las novelas, como al ventero los libros de caballerías, nos han de dar la vida.

Pertinencia temática

            Juego, sí, pero juego inteligente. Al lector del Quijote le sucede como al espectador de los cuadros de Velázquez: ha de ser él quien resuelva el problema planteado. Tal sucede, por ejemplo, en la “Venus desnuda”. Si Venus es la personificación del amor, ¿en qué consiste éste? ¿En la fascinante visión carnal del primer plano o en el borroso y anodino rostro proyectado en el espejo? La trascendencia de este juego va más allá del interés puramente formal. Comprobémoslo.
            La locura de don Quijote le lleva a pleno corazón de Sierra Morena. Quiere emular para su dama (desde allí le escribe una carta que Sancho fingirá llevar a Dulcinea) las hazañas penitenciales que los más grandes y apasionados caballeros -los amadises, los orlandos- hicieron para doblegar la esquividad de sus amadas.
            Como por arte de encantamiento, la sierra se ha poblado de amantes frustrados: Cardenio y después Dorotea nos relatarán las dramáticas causas que hasta allí les han conducido. Se llega a la venta, tras el engaño del cura y el barbero, en una densa atmósfera sentimental que luego se terminará de cargar con la aparición de los otros dos protagonistas, don Fernando y Luscinda.
            Antes de que tenga lugar el desenlace, es preciso poner un poco de orden en ese gran desbarajuste emocional de los protagonistas: don Quijote, más loco que nunca en sus hazañas amorosas; Cardenio, traicionado; Dorotea, como alma en pena; don Fernando, despechado, Luscinda, desmayada tras el rapto del que ha sido objeto en el convento. Todos por causa del amor.
            Nada mejor para introducir este orden que ver el problema en una parábola, en una historia que permita distanciarnos, como al pintor del cuadro, para ver mejor.
            ¿Qué función “ejemplar -especular- es la que cumple El curioso impertinente? Parece claro. Anselmo intenta invadir hasta anular lo más íntimo y sagrado de la persona, la libertad. La causa, una aberración erótica. Lotario le pone de manifiesto su error: sólo se puede probar a los amigos usque ad aras; a la mujer, ni aún eso: “es de vidrio la mujer”. Anselmo insiste: ama, y, por tanto, tiene derecho sobre su esposa y su amigo.
            El motivo de las aflicciones de Cardenio, Dorotea y Luscinda es idéntico. Don Fernando, miembro de la más alta nobleza (hijo de un “grande de España”), se cree con derecho igualmente a violentar la voluntad de los demás; su ley es la que le dicta su egoísmo. Deshonra y engaña a Dorotea; fuerza hasta llegar al rapto a Luscinda, prometida de Cardenio, quien ingenuamente le había confiado su amistad, etc.
            Pero nos falta aún por ver su referencia con el marco general, la primera instancia de la ficción, la figura de don Quijote. Cuando Sancho temeroso ante la soledad de aquellos desolados parajes de Sierra Morena, trata de disuadir a su amo para que no imite la penitencia de aquellos caballeros legendarios por no asistirle motivo ninguno (“Dulcinea no ha hecho niñería alguna ni con moro ni con cristiano”), don Quijote le responde:
            Ahí está el punto y esta es la fineza de mi negocio; que volverse loco un caballercon causa,ni grado ni gracias: el toque está en desatinar sin ocasión y dar a entender a mi dama que si en seco hago esto ¿qué hiciera en mojado?
            Don Quijote está loco: hace una penitencia asombrosa en seco y, además, emprende las mayores desmesuras por su dama; ama a Dulcinea (como apostilla Sancho) con la misma limpieza y desinterés con que se debe amar a Dios. ¿Quién estaba más loco: Anselmo, don Fernando o don Quijote? Moralmente, el plano más irreal, más ficticio, resulta el más verdadero. En esta inversión que como juego nos propone Cervantes nos encontramos, en efecto, con una de las más hermosas definiciones que jamás se hayan dado de las relaciones humanas: el amor, la amistad, los más altos nombres de la convivencia ¿en qué consisten sino en crear espacios de libertad en los demás?

El nuevo arte de novelar

            Estamos ya en mejores condiciones de entender el arte narrativo de Cervantes, aquella aseveración suya: “Soy el primero que he novelado en lengua castellana”. Pero hagamos alguna precisión. Comparemos su escritrura con la inmediatamente anterior (y todavía coetánea en el tiempo), los libros de caballerías.
            Una y otra vez se desmarca de este género literario no porque lo considerara carente de entretenimiento (él había leído todas las novelas, y hasta “los papeles rotos de las calles”), sino porque, además de artísticamente aberrante, lo juzgaba anacrónico, ajeno al espíritu de la modernidad.
            La literatura caballeresca era, en efecto, un fruto medieval tardío, derivación de las leyendas artúricas y exaltación, a la postre, del viejo orden estamentario: nobles o defensores, clérigos y artesanos o villanos. De ahí que el esquema narrativo sea siempre el mismo. Gráficamente podríamos representarlo así:

                                                           hazaña 1
hazaña 6                                                                                 hazaña 2
                                               Héroe
            hazaña 5                                                                                hazaña 3

                                                           hazaña 4


El centro del relato lo ocupa siempre la figura de un noble (tal como perdurará hasta muy entrado el s. XVIII en el drama teatral) y, como tal, destinado desde su nacimiento a realizar las más altas e imposibles hazañas. Así, en el Amadís de Gaula, el “bestseller” de la época, Urganda la Desconocida dice a Gandales, el noble que encuentra al recién nacido Amadís:

Te digo que aquel que hallaste en el mar será la flor de los caballeros de su tiempo: hará estremecer a los fuertes; acometerá y rematará con gloria todas las empresas en que otros murieron; realizará hazañas tan grandes que nadie creería que pudieran ser comenzadas ni acabadas por cuerpo de hombre…

            Hazañas, además, inconexas: no hay entre ellas la continuidad de un proceso, sino la simple manifestación de la condición heroica de su protagonista. Puede alterarse el orden en que se relatan, añadir o suprimir…, no importa, la arquitectura de la novela no se resentirá. Y hazañas cada vez más inverosímiles, en las que harán su aparición monstruos, gigantes y sabios encantadores.
            Para Cervantes todo eso resultaba ya muy rancio. Hacía ya unos cuantos años (el Lazarillo es buena prueba de ello) que los humanistas habían puesto en entredicho la validez de ese orden estamental, causa de tanto agravio, de tantísima angustia. Sobre esa concepción colectivista del hombre se va imponiendo el concepto de “persona”: individuo libre, acreedor de derechos y sujeto de obligaciones no por la cuna en la que se nace, sino por el merecimiento de sus actos.
            Al esquema anterior, Cervantes opone éste:

                                                                       Héroe




            Villano


            No se nace héroe o villano; nos hacemos. La vida es un  proceso, y el nuevo género narrativo que lo describe es la novela. Cervantes, como él mismo viene a decir en el prólogo de sus Novelas ejemplares inventa la novela moderna para hablar al hombre como “persona”, como individuo que tiene que hacerse a sí mismo, dar sentido a su propia existencia, inventarse, soñarse, sin esos apoyos de creencias establecidas, honra de clase, nobleza y demás zarandajas.
            Valga como ejemplo un detalle: ¿Os habéis fijado que apenas figuran  miembros de la nobleza en el sinnúmero de personajes creados, y que, cuando aparecen, es para mostrar su villanía moral, como en el caso de don Fernando o de los Duques de Zaragoza?

El mayor vencimiento que desearse puede

            Los capítulos que hemos comentado nos ponen en camino de entender otro de los fenómenos que se producen en la lectura del Quijote: su coherencia temática. No nos viene dada al modo que luego nos acostumbró la novela decimonónica, sino de un modo mucho más sutil, más elegante y respetuoso para con sus lectores, esto es, por vía afectiva e identificación moral. A medida que nos vamos deslizando por sus páginas, se va operando un profundo cambio en nosotros. De la sorpresa hilarante pasamos a la compasión, y de ésta, a una inconsciente identificación admirativa.
            El Quijote, en efecto, no es sino la historia de un pobre hidalgo, muerto de aburrimiento en medio de la Mancha, en medio de la nada, que, borracho de mala literatura, decide sacudirse la frustración consigo mismo y salir a los caminos de la libertad y la aventura. ¿Qué importa el fracaso, que la realidad desmienta a los sueños? Entre las citas célebres extraídas de la cantera de la obra, poquísimas veces suelen reproducirse unas frases que estimo resultan decisivas para la comprensión del “sentido” de la novela. Las pone su autor  en boca de Sancho cuando, al término de su tercera y última, divisan el pueblo. El buen escudero se apea de su cabalgadura y de hinojos, abriendo los brazos en cruz exclama:

Abre los ojos, deseada patria, y recibe también a tu hijo don Quijote, que si viene vencido de los brazos ajenos, viene vencedor de sí mismo, que según él me ha dicho, es el mejor vencimiento que desearse puede.
           
Y como Sancho, todos los lectores terminados quijotizados, ganados para la causa de una nueva orden de caballería andante. La libertad y la cortesía, la amistad y la tolerancia son sus principales consignas; el amor, su divisa. Nueva orden de caballería ideal, sí, pero ¿imposible? Lector desocupado tienes la palabra.

2 comentarios:

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  2. Nuestro compañero Antonio Fimia comenta:

    Amigos contertulios:

    Releída la primera parte del libro de don Miguel de Cervantes, encuentro genial su Prólogo y es una crítica velada para los que leemos libros y ponemos faltas haciendo uso de pensadores y sabios idos en el tiempo. Un cordial saludo para todos con los mejores deseos de un año tranquilo, lleno de letras.
    Va un trozo del referido Prólogo:

    …entró a deshora un amigo mío gracioso y bien entendido, el cual, viéndome tan imaginativo, me preguntó la causa, y, no encubriéndosela yo, le dije que pensaba en el prólogo que había de hacer a la historia de don Quijote, y me tenía de suerte que ni quiero hacerle, ni menos sacar a la luz sin él las hazañas de tan noble cabalero.
    ---Porque ¿Cómo querría vos que no me tenga confuso el qué dirá el antiguo legislador que llaman vulgo cuando vea que, al cabo de tantos años como ha que duermo en el silencio del olvido, salgo ahora, con todos mis años a cuestas, con una leyenda seca como un esparto, ajenos de invención., menguada de estilo, pobre de conceptos y falta de toda erudición y doctrina, sin acotaciones en las márgenes y sin anotaciones en el fin del libro, como veo que están otros libros, aunque sean fabulosos y profanos, tan llenos de sentencias de Aristóteles, de Platón y de toda la caterva de filósofos, que admitan a los leyentes y tienen a sus autores por hombres leídos, eruditos y elocuentes? ¡pues qué, cuando citan la Divina Escritura! No dirán sino son unos santos Tomases y otros doctores de la iglesia…

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